martes, 19 de agosto de 2008

Charcos secos

Día 17, en pleno mes de Julio
Ubicado ante el árido paisaje de Santiago de Compostela.

El paisaje no es alentador, ni siquiera alegre. Una persona pasea a pasos de gigante y apenas mira por donde camina; desde mi tranquilo segundo, vigilo sus pasos que lo llevan a meterse en el kiosco de al lado.
Eso me recuerda a que hoy no compré el periódico. Ni hoy, ni ayer ni el día en el que me ofrecían ese tentador repertorio de recetas españolas. Hace tiempo que reniego de los periódicos. Mi pereza es lo suficientemente importante como para impedirme arriesgar mi integridad cruzando la carretera por un fajo de desgracias e hipocresías políticas.
El dinero no llueve, y menos de este cielo tan tacaño. Me enferma este tiempo seco (aunque poco lleva durando), y la idea de dejar mi único consuelo de lado por un par de periódicos me envenena. Así que mis pelas, directas a la máquina de tabaco.
El alquitrán de la carretera se ve húmedo en algunas partes por el intenso calor. Cual charcos de carencia. Charcos secos. Charcos sin un puñetero significado.
Soy Dick Roberts, y echo de menos un puto cúmulo de agua.
Cuento los pitillos que esperan su sentencia desde la cajetilla de tabaco. Cuatro. Un mal número.
Pero le pongo fácil solución. Tres minutos después, unos últimos lamentos escapan bajo la forma de bocanadas humo de lo que queda del tubito blanco que mantengo entre mi dedo pulgar y el corazón. No es muy común, pero mi mano izquierda disfruta especialmente haciéndolo, y no seré yo quien lo ponga en tela de juicio.

Ya son las tres y veintisiete minutos. No he comido, ni me he levantado del asiento que me sirve de cama. Un tren hacia Vigo marchará en apenas cuatro minutos. Un mal número. Hoy soñé que un tren descarrilaba. Nunca fui buen repartidor de rifas ni de buena suerte, así que no daré mi brazo para jurar que el tren llegará a buen puerto. Pero poco me importa, yo estoy en mi segundo, y el tren está a más de un kilómetro. De todos modos, no haríamos buenas migas.

El timbre suena.
Lo ignoro.
El timbre vuelve a sonar.
Y me levanto. Es el casero. Me saluda, le saludo y estoy a punto de estamparle que no entiendo que hace delante de mí en bata y con su bigote de hombre de rojo. Pero su sonrisa de oreja a oreja logra disuadirme.
Parece ser que habían dejado una carta dirigida a mí en su buzón. Le doy las gracias, y él murmura un amistoso de nada. Y antes de autoinvitarse al pasillo, me comenta que sus dos nietos, de 13 y 16 años cada uno, estarán a punto de meterse en el tren para volver a Vigo.

Me despido de él, y cierro la puerta. Agarro otro pitillo, y me tiro sobre mi silla de escritorio, para volver a mirar mi ventana. Hacía calor, y el kiosco de al lado cerraba por vacaciones.
Todavía guardo en la mano esa carta descarriada que por poco no llega a su destino.
No puedo decir que los nietos del casero hayan tenido esa misma suerte.

miércoles, 30 de julio de 2008

¿Ilógico? ¿Un sueño cumplido?

- ¿Busca usted algo?
- ¿A usted qué le parece?
- Tiene razón. Resulta obvio teniendo en cuenta como habéis saqueado toda mi tienda. ¿Puedo ayudarle?
- Si sabe donde venden un poco de sentido común, no me vendría tan mal.
- ¿Eh? ¿Qué broma es...?
- ¿Y tiene algo para el estómago?
- Pero...
- Razonar con las leyes lógicas de este mundo me da dolor de cabeza.
- ¿¡Pero no quería las pastillas para el estómago!?
- Claro. Ayer cené la cena que me preparó mi mujer... Doy a Dios gracias por estar vivo
- Hum... ¿y lo de su dolor de cabeza?
- ¿Ah, eso? ¿Cree usted que venderán un poco de alegría en la tienda de al lado? En cuanto consiga el sentido común, creo que me hará falta para morir feliz. Este mundo me da dolor de cabeza... ¿Y sabe usted lo difícil que resulta dejarse matar por una migraña siendo feliz?

Y tras un encabezado extraño, procedo a hincarle el diente al verdadero cuerpo de la noticia. Finalmente comprobado. ¡Me piro a la anciana Roma!
Que casualidad que estuviese jugando inocentemente a seguir ese sueño, mientras un par de billetes de avión perseguían mi sombra sin yo saberlo.
No me voy demasiado tiempo, tres noches y cuatro días. Tres noches, un buen número.
El Coliseo, el Vaticano, toda la bella ciudad de Roma. ¡Italianos! ¡Y más italianos!
Practicaré el inglés, antes muerta que hablar español en el extrangero. Para algo salgo del país, pienso.
Probaré los helados más cremosos, y las pizzas con la mejor mozzarela del mundo. Y al fin podré gritar al mundo "Grazie mille!" sin que nadie me mire como a una Yankee recién salida de la cueva. Bella Italia...
¡Al fin cumpliré mi Vendetta sobre el aburrimiento!

Vendetta! Vendetta!

Vaya un amor de palabra...

PS: Y todavía espero encontrar ese Capítulo 168

lunes, 28 de julio de 2008

Besos por caladas

Día 28 de Julio,
Ubicada en una vulgar estación del mundo...
Y tan sólo puedo ver su huida...
Y como me gustaría correr...
Quizás yo también desearía huir

El cigarrillo se aplasta contra el cenicero, abandonado a consumirse entre sus propias cenizas. Olvidado por mí. También olvidado por el fuego. Después de todo, sólo fue cosa de una noche.
El cielo está negro, y pienso que un pitillo es la cosa más triste que puede haber en el mundo. Tantos besos ansiosos; Sabe la necesidad que siento de tenerlo entre mis labios; cree que las cadenas que me atan a la nicotina me condenaron a estar a su lado... Ah, joder... el cigarrillo se sacrifica tanto por darme tres caladas. Tres puñeteras caladas.
Se quema; se consume; se prostituye... No se arrepiente en ningún momento vendiendo su cuerpo al penoso precio de tres bocanadas de humo. El fuego acepta el trato, y lo paga sin problema alguno. El fuego aprovecha el trato, y tan lujurioso nuestro amigo, no se arrepiente violando cada hierba que compone mi pitillo. Lo araña, lo invade, lo muerde absolutamente todo. Se quiere expandir, lo quiere todo para él. Y casi no se da cuenta de lo asfixiante que resulta su violenta posesión; no se da cuenta de que su amigo de juego se deshace antes de llegar al clímax.
Pero, eso al señor fogoso le importa una mierda. El pitillo se desmorona, y e l fuego lo contempla con la misma indiferencia que sientes cuando ves en las noticias como cuatro científicos de renombre encontraron una nueva variedad de oruga tropical. Pues señores míos, mi compañero fogoso y yo, os mandamos a tomar por culo con todo el respeto del mundo.
El fuego es un cabrón, forma parte de su naturaleza. Pero yo no soy quien lo va a juzgar. Soy tan cabrona como él.

El cigarrillo lo da todo por un morreo, yo sólo lo acepto, y lo único que le devuelvo es un pase directo a la fría calle.
Lo siento, memo... Lo sabíamos desde el principio, una noche y nada más.
Me olvido de la colilla, sin pena ni gloria. Yo quiero seguir adelante, y me queda medio paquete de tabaco. Voy a permitirme disfrutar de mi placentero egocentrismo, y tirar a la basura las colillas que ya habían caído bajo mi encanto.

Y decir que un pitillo a veces refleja todo un drama...
Quizás a veces sea yo quien tema convertirse en un cigarrillo
Darlo todo para recibir la perspectiva de una puerta de roble

Vaya un chiste penosamente malo

Detesto los chistes malos...
Y a veces me pregunto si la vida no será uno de ellos